martes, 29 de marzo de 2016

Sobre el PNV, el estado confederal y la “nación de naciones”

El PNV ha vuelto a insistir recientemente en su intención de abrir un diálogo con el Gobierno para “actualizar el modelo de relación con el Estado”, y lograr un nuevo estatus político para Euskadi "de soberanía compartida" que la convierta en "más Estado vasco". Se trata de su vieja pretensión de iniciar el tránsito hacia un estado confederal en España.


Museo Guggenheim (Bilbao)
Todo nacionalismo, obsesionado en una patológica exaltación de la diferencia, reclama un tratamiento singular. El vasco no es distinto en ese sentido del catalán, el gallego, o el de mil “pueblos” más en todo el mundo. Y dado que el derecho no contempla sus pretensiones, suelen recurrir a la invención de eufemismos varios para sustentarlas. Es el caso del “derecho a decidir” de los separatistas catalanes, que suplanta al “derecho de autodeterminación” reconocido por la ONU para situaciones coloniales o de opresión que, evidentemente, no se aplican a Cataluña. Y es también el caso del término “estado confederal” que el PNV, y también Unió, pasea de vez en cuando por la prensa.
Aunque el tema lo trato de forma extensiva en mi libro, lo primero que hay que decir sobre su pretensión es que no existe ni ha existido nunca un estado confederal en el mundo. Lo que han existido son confederaciones de estados. Pero la confederación no es un Estado sino un organismo internacional que se crea en virtud de un tratado internacional. Los estados confederados siguen siendo independientes y conservan su soberanía, de modo que pueden abandonar la confederación a voluntad. El objetivo de la confederación se limita a la cooperación en los asuntos contemplados en el tratado firmado, normalmente económicos y militares.
 
Que yo conozca han existido cuatro confederaciones de estados en la historia. Todas bastante efímeras. La confederación americana de las Trece Colonias que abarcó desde 1779 hasta 1787, cuando se redactó la Constitución de los Estados Unidos de América. La de los Estados Confederados de América, formado por los once estados meridionales que se separaron de los Estados Unidos de América entre 1861 y 1865, y que nunca fue reconocida internacionalmente. La Confederación Helvética entre 1803 y 1848. Y el periodo “guillermino” entre 1861 y 1871, hasta que se crea el Imperio Alemán. Todas ellas desaparecieron para ser reemplazadas por auténticos Estados federales, excepto la de los Estados Confederados de América, que se disolvió tras la derrota del Sur en la Guerra de Secesión.
 
¿Por qué? Porque el modelo confederal es ineficiente. Es provisional por definición, pues cualquier estado puede abandonar la confederación al más mínimo contratiempo. Como cualquier tratado internacional, exige al acuerdo entre todos los firmantes para su reforma, convirtiéndolo en pétreo e inflexible. Y, lo más importante, su grado de centralización era ya insuficiente en el siglo XIX (no digamos ahora) y convierte la coordinación y búsqueda de consensos entre las partes en un tarea monumental, lenta y exasperante. No hay más que ver las dificultades para tomar decisiones en la organización (que no estado) más cercana actualmente a ese modelo como es la Unión Europea, cuyo futuro es convertirse en un estado federal o perecer. Por eso Estados Unidos, Suiza y Alemania dieron un paso más hacia el estado federal, en el que sus integrantes dejaron de ser soberanos e independientes, renunciaron al derecho a la secesión y crearon una “unión perpetua”, tal y como determinó el Tribunal Supremo de los Estados Unidos declarando nula la declaración de independencia de Texas. La guerra civil americana resolvió cualquier duda sobre el carácter indisoluble de un Estado federal.
 
La Constitución de 1978 ya reconoce un vínculo confederal entre el País Vasco, Navarra y el Estado, aunque limitado al ámbito tributario, pero cuyo potencial desestabilizador por la sensación de agravio comparativo que genera no puede olvidarse. Como ocurre en las Confederaciones de Estados, Navarra y el País Vasco tienen competencias para establecer y recaudar sus tributos y únicamente transfieren al Estado una parte de su recaudación (el “cupo”) para contribuir a las cargas del Estado en esos territorios. Ese “cupo”, además, está técnicamente mal calculado (por motivos políticos relacionados con apoyos a investiduras nacionales en el pasado) y no sufraga la totalidad de los servicios que presta el Estado en esas regiones pero, como en toda confederación, no se puede modificar sin el acuerdo de las partes y éstas, naturalmente, se oponen a todo cambio que les perjudique.
 
Luego está el renacimiento de la idea de España como “nación de naciones”, que el nacionalismo catalán y vasco y propugnó en el siglo XIX (nada nuevo bajo el sol), apoyándose en un precedente cercano, como era el Imperio austro-húngaro, que nació en 1867 con el “Compromiso Austrohúngaro”, que reconocía al Reino de Hungría como una entidad autónoma dentro del Imperio austríaco, y que desapareció tras la 1ª Guerra Mundial. Sosa Wagner[1], un experto conocedor del mismo, sostiene que el modelo “dual” de la Monarquía austro-húngara ha estado presente en el debate histórico y político español desde hace tiempo y se ha reavivado en el último tercio del siglo XX como consecuencia de nuestro nuevo sistema constitucional autonómico. Las ideas, que hoy tanto circulan en los medios de comunicación, de “nación de naciones”, de Estado “plurinacional”, o de un rey que reinaría sobre diversas naciones peninsulares, hunden sus raíces en la forma de organización que adoptó aquella amalgama de pueblos centroeuropeos. La realidad del ejercicio del poder en Austria-Hungría fue un paralizante embrollo lingüístico, y la decisión política de privilegiar a una parte del territorio de la Monarquía (Hungría) tuvo una enorme influencia en el desmoronamiento final del sistema. “Su funcionamiento fue un disparate que no satisfizo ni a unos ni a otros”, concluye Sosa Wagner, que defiende la importancia de una Europa fuerte, de unos Estados fuertes, de unas regiones fuertes y de unos municipios fuertes, poderes públicos legitimados democráticamente para luchar contra aquellas resistencias sociales donde se enrocan las injusticias.
 
En fin. Un montón de vueltas para proponer una y otra vez modelos que no funcionan. La historia política mundial demuestra que el estado confederal y la “nación de naciones” son en sí mismo inestables y tarde o temprano evolucionan hacia el modelo federal o hacia la desintegración. Esta última podría ser una opción política de las fuerzas que lo reclaman, PNV y Unió, esto es, una secesión por etapas. Lo de Podemos defendiendo el concepto de “nación de naciones” y el “derecho a decidir” tiene poca lógica, a menos que su visión de futuro no pase de las siguientes elecciones, pero no es solución en modo alguno a la actual situación de crispación e inoperancia territorial en España si de lo que se trata es de adoptar un modelo que funcione, como es mi pretensión y el de la mayoría de los autores que debate sobre este tema.


[1] SOSA WAGNER, Francisco,  El Estado fragmentado. Modelo austro-húngaro y brote de naciones en España, Ed. Trotta, Madrid, 2006.