sábado, 16 de abril de 2016

Choque de civilizaciones

“El choque de civilizaciones dominará la política a escala mundial; las líneas divisorias entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro”. Estas palabras resumen la tesis principal del libro El choque de civilizaciones, publicado en 1996 por Samuel P. Huntington, uno de los más influyentes pensadores políticos contemporáneos.




 


Según Huntington, la fuente fundamental de conflictos en el universo posterior a la guerra fría no tendrá raíces ideológicas o económicas, sino culturales. Una vez acabada la guerra fría comenzarán otras tensiones geopolíticas, y sus líneas de fractura serán las "civilizaciones”, es decir los grupos culturales activos y con memoria, capaces de establecer una voluntad política común, que se asientan sobre lo que une, normalmente unos valores sociales y religiosos.
 
Tras la caída del comunismo no se ha producido, como profetizaba Fukuyama en El fin de la historia, la victoria final de Occidente, sino un resurgimiento de viejas civilizaciones “dormidas”. Ese resurgimiento se manifiesta por lo general en un rechazo a la cultura occidental y un regreso a los valores culturales propios, fundamentados en la mayor parte de los casos en la religión. Las civilizaciones del nuevo mundo son: la occidental, la ortodoxa, la islámica, la china, la japonesa, la hindú, la budista y, quizás, la africana y la latinoamericana.
 
Huntington dibuja un mapa que traza una línea muy claras estableciendo las fronteras entre las civilizaciones. Según el autor, esta línea desciende desde la frontera que divide a los países Bálticos y Rusia, atravesando Bielorrusia, Ucrania y Rumanía, hasta llegar a Bosnia. La Unión Europea es el centro de Occidente en Europa, separada geográficamente del Islam y de la ortodoxia rusa. Rusia será el centro de la civilización ortodoxa, teniendo en su zona de influencia a Armenia, Moldavia, Bielorrusia, a algunas de las ex Repúblicas Soviéticas, e incluso a Grecia. Dentro de la civilización china, China será el centro del este asiático, exceptuando a Corea y a Japón. Sin embargo la civilización Islámica, es muy especial ya que no cuenta con un Estado central, y sus poblaciones se encuentran muy dispersas tanto en Europa, como en Asia del Este. Aunque alguna naciones musulmanas han buscado liderara a los demás Estados islámicos, este liderazgo no se ha confirmado por la falta de cohesión interna en el Islam. Pese a sus divisiones, existe un aspecto común a todos los países musulmanes: una abierta oposición a la civilización occidental.
 
Occidente es y será por algún tiempo la civilización más poderosa, pero las civilizaciones emergentes se consideran superiores a la occidental, con valores morales más auténticos, y están dispuestas a enfrentarse a Occidente si pretende imponerle sus valores. Lo que ocurrirá, según Huntington, lo sabe cualquiera con algunas nociones de historia. Cada potencia central de las citadas civilizaciones competirá con las demás, con ocasionales alianzas tácticas, mientras convertirá en sus satélites a los países menos poderosos de su propia civilización. El mundo es y seguirá siendo multicultural y multifocal, sin que eso asegure para nada ni la tolerancia ni la paz, porque las civilizaciones competirán sin remedio.
 
Los conflictos más violentos y duraderos aparecerán en las "zonas de fractura", en las fronteras, y especialmente en aquellos países con una fractura interior entre civilizaciones. Estas guerras conducen a un gran número de muertes y de refugiados, y se dan generalmente entre grupos de diferentes religiones. A su vez, generan que la comunidad internacional les brinde apoyos, lo que prolonga y complica su resolución pactada. Huntington pronostica en 1996 (con acierto) el actual conflicto en Ucrania, dividido internamente entre la civilización occidental y la ortodoxa. Pero hay fronteras más duras que otras. Para Huntington la islámica es la civilización más problemática, por su escaso desarrollo y su explosión demográfica, aunque considera que habrá que dedicar especial atención sobre la India y China, que se convertirán en superpotencias económicas.
 
Algunos países han intentado “cambiar” de civilización, y siempre con desastrosos resultados, ya que el “pegamento” cultural de los pueblos es muy fuerte. El autor expone los casos de Rusia, que desde Pedro el Grande intenta sin éxito pasar de la civilización ortodoxa a la occidental; Turquía, que desde Ataturk viene fomentando la laicidad del estado y, últimamente, ingresar en la Unión Europea; México, que pretende fortalecer los vínculos con Estados Unidos y pasar de la civilización latinoamericana a la occidental; y finalmente Australia, que ha intentado con escaso éxito integrarse con las civilizaciones budistas del sudeste asiático. Huntington cree que Turquía tiene las condiciones para asumir el liderazgo de la civilización islámica. Aunque será difícil convertir su estado en Islámico, pues iría en contra de las pretensiones de su clase política durante el último siglo, Turquía debería olvidarse de la posibilidad de pertenecer a Europa, reconciliándose con sus hermanos musulmanes, y así convertirse en el estado central de la civilización musulmana, tal como lo ha hecho Sudáfrica en el continente africano.
 
Huntington desmiente la idea de que la modernidad implica una occidentalización de la sociedad. Aunque Occidente es la primera civilización que ha logrado expandir su influencia a países en desarrollo, ayudándolos a modernizarse, esto no una regla general. Taiwán, Singapur y Japón se modernizaron sin perder sus tradiciones culturales e ideológicas tradicionales. De hecho, aunque la occidentalización ayude a la modernización de algunos países, una vez comiencen a desarrollarse resurgirán en ellos sus valores e identidades autóctonos con una fuerza mayor y un sentimiento de agravio reforzado. En cualquier caso, el orden propiciado por Occidente, con valores occidentales entre los que se incluyen los Derechos Humanos, no es universal ni lo será. No son valores propios del resto de civilizaciones, los consideran una imposición occidental, y si no los atacan directamente (aún) no es porque los acepten, sino porque carecen de la fuerza suficiente para hacerlo.
Para el autor, habrá una tensión cada vez mayor entre Occidente y las civilizaciones islámica y china, mientras que la relación con la ortodoxa, la hinduista y la japonesa, será más neutral, con ocasionales conflictos, y la tensión con Latinoamérica y África será casi nula.
 
El choque fundamental entre civilizaciones en realidad se da entre el Islam y las demás. Las estadísticas demuestran que los musulmanes han estado implicados en más guerras que ninguna otra civilización a lo largo de la historia. Esto se debe, según el autor, a varios motivos. Primero, a las condiciones históricas, que refuerzan los antagonismos entre musulmanes y las diferentes civilizaciones. Segundo, a la condición de víctima que se autoadjudica el mundo islámico. Tercero, a la ausencia de un estado central, de modo que ningún país musulmán es capaz de representar a toda su civilización, volviendo caótico e incontrolable el comportamiento de los estados miembros de la civilización islámica y siendo incapaz de afrontar sus conflictos internos. Y, por último, al explosivo incremento de su población, que crea un gran número de jóvenes sin empleo, lo que favorece una mayor inestabilidad social interna, y el aumento del extremismo violento contra otras civilizaciones y, en especial, la occidental. Sin embargo, según el autor, este último punto perderá vigor según envejezca la generación actual de jóvenes, y su pico demográfico se alcanzará en torno al 2025, comenzando luego a remitir. Como conclusión, según Huntington, los pueblos islámicos tienen una mayor dificultad para convivir con los demás pueblos, y son menos capaces de adaptarse a las otras culturas, y por ello la mayoría de las guerras de fractura giran alrededor de dicha civilización.
 
Para evitar la decadencia de la cultura Occidental, Huntington propone que Norteamérica y Europa renueven su sociedad, y fortalezcan sus alianzas económicas y políticas. Para ello, primero, los Estados Unidos y Europa deben abandonar su pretensión de considerarse sociedades multiculturales; segundo, deben aceptar en la OTAN a miembros de otras sociedades occidentales, así como excluir a los que no lo son (¿Grecia?¿Turquía?). De esto se deduce que la Unión Europea no debería aceptar de ninguna manera a Turquía en su seno, pues Europa se convertiría, aún más que ahora, en una zona de fractura con una división interna entre civilizaciones y fuente segura de conflictos futuros. Por último, en tercer lugar los países occidentales deben olvidar la pretensión de que los valores, cultura e instituciones occidentales (incluidos los derechos humanos) sean adoptados universalmente como la única alternativa de bienestar social. "La creencia de Occidente en la universalidad de su cultura adolece de tres males: es falsa; es inmoral; y es peligrosa", dice Huntington. En suma, si los países de otras civilizaciones no respetan los derechos humanos es asunto de ellos. Si queremos un mundo en paz, debemos renunciar a nuestra pretensión de imponer nuestros valores, pues son propios de nuestra civilización, y no de las de las demás, que ven en esa pretensión un ataque a sus propios valores. Occidente debe dedicarse a sus asuntos, renunciando a la intervención en asuntos de otras civilizaciones.
 
Europa es la fuente de las ideas de libertad individual, democracia política, del imperio de la ley, los derechos humanos y la libertad cultural. Éstas son ideas europeas, no de otras civilizaciones, y es lo que convierte a la civilización occidental en única. "La principal responsabilidad de los líderes occidentales no es intentar remodelar otras civilizaciones a imagen de Occidente, sino preservar, proteger y renovar las cualidades únicas de la civilización occidental".
 
Para evitar que los conflictos entre civilizaciones se transformen en guerras mundiales, Huntington propone: Primero, un acuerdo entre los países centrales de cada una de ellas para que se abstengan de intervenir en conflictos suscitados dentro de otras civilizaciones (norma de abstención). En segundo lugar, que los estados centrales acuerden mediar para contener las guerras de fractura entre estados y civilizaciones (norma de mediación conjunta). Para ello propone que un representante de cada civilización, y dos de la occidental, sean los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, con el fin de lograr que las decisiones de las que dependa la paz internacional sean tomadas por consenso entre representantes de todas las civilizaciones. Por último, hay que buscar, ampliar y promover los valores, instituciones y prácticas comunes a todas las civilizaciones (norma de los atributos comunes), y de esta forma promover el respeto mutuo. Para Huntington, necesitamos crear un régimen internacional basado en civilizaciones, que evite que el choque entre éstas se convierta en un conflicto mundial.
 
Se trata de un libro que generó y genera una gran polémica, pero que se ha convertido en un referente para la geopolítica mundial, especialmente después de los desastrosos resultados de la segunda guerra de Irak, librada en virtud de la influencia del libro de Fukujama, El fin de la historia, que promovía la superioridad de la civilización occidental y su obligación de imponer sus valores al mundo.